Cuando Lessing hubo de escoger, aunque fuera imaginariamente, entre la verdad o el instinto que la persigue, la inquietud de saber, Lessing prefirió la inquietud y el instinto. Sabia que la verdad esta reservada a Dios. ¿Qué hubiera hecho un racionalista en su lugar? Es posible que aceptara la verdad, siempre que la verdad fuese inteligible. Pero Lessing se sentía muy bien en su condición de hombre, de animal problemático, y no quiso renunciar a ella.
La actitud de Lessing es la actitud del romanticismo y resulta de un cambio absoluto de posición filosófica, de un nuevo sentido de entusiasmo filosófico: la filosofía como la vida y no como la ciencia. El romanticismo es orgullosa exaltación del hombre, orgullosa alabanza de sus limitaciones. Los racionalistas ignoraban al hombre empírico; los románticos lo exaltan. Y lo exaltan en cuanto tiene de vital, de irracional. El romanticismo es, por eso, amplio y unánime desquite de la vida, después de tantos siglos de imperio racional. Mientras los racionalistas querían reducir vida y voluntad a razón, los románticos proclamaban los derechos de la vida y la autonomía de la voluntad: Lessing, entre la vida y la verdad, prefirió la vida.
Los románticos se entretienen en cantar y elogiar esa bestia virtuosa que es el hombre. En ese sentido son los descubridores de la historia, entiendo por historia no una ciencia, sino la realidad histórica misma: caprichoso devenir, elaboración del hombre en persecución de altos ideales de humanidad, no de divinidad. No se me oculta, sin embargo, que algún romántico, procediendo casi como racionalista, quiso explicarla por un devenir dialéctico.
El hervidero romántico, descubriendo hombre e historia, exalto los valores irracionales que los racionalistas habían ocultado, casi siempre, cuidadosamente. Por eso en la filosofía actual nos encontramos con un trágico pleito filosófico: la oposición de racional e irracional. La propia investigación racional descubre nuevos campos de la irracionalidad, como si los sembrara con la vista. La inteligencia descubre sus propias limitaciones, se halla incapaz de señorear el mundo, reducida a breve dominio. La irracionalidad crece alrededor de la Razón y florece en su propio centro. Por eso hoy se notan en la piel de la filosofía toda clase de desordenes, se suceden las filosofías y estallan inquietudes metafísicas. La filosofía ha perdido pie: se ha venido abajo un sistema durante tanto tiempo atacado: el sistema de la Razón.
jueves, 10 de junio de 2010
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