El racionalismo, el producto más perfecto de la inteligencia, nació en las ciudades griegas, plenas de entusiasmos indisciplinados por la política, el deporte y la guerra. En el centro mismo de aquellos inquietos hormigueros, cultivaron algunos hombres su fe en la razón, en la inmovilidad, en la rigidez. Sólo como histórica paradoja puede entenderse que aquellos filósofos, irónicos, movedizos y entusiastas, negaran algunas de las virtudes más griegas: el movimiento y la perfección física. La sinceridad de Heráclito, un poco contradictoria, al decir que las cosas eran y no eran al mismo tiempo, produjo una gran impresión en sus contemporáneos y en los filósofos posteriores. Heráclito había revuelto el avispero. Se levantaron críticas y protestas, no exentas de pavor intelectual; y se desencadenó por primera vez, en la filosofía, el delirio racionalista del que son las mejores muestras las aporías de Zenón. El mundo sensible estaba para Heráclito en perpetua fuga, tejido con principios y movimientos opuestos. Ante esa escurridiza imagen del mundo, un buen racionalista, que no admite otro movimiento que el movimiento dialéctico, no tiene más camino que aquel que Zenón escogió: entre la razón y el movimiento, Zenón sacrifico el movimiento; entre la evidencia sensible y la evidencia lógica, Zenón prefirió la evidencia lógica; y de la limitación y la rigidez que son para nosotros los vicios más espléndidos del racionalismo, Zenón hizo virtudes.
Aunque los eleatas, poseídos de rabia fría contra Heráclito, son brillante iniciación del racionalismo, solo en Sócrates encontramos el racionalismo maduro. Es el quien nos inicia en el peligroso manejo de las ideas. Con su hablada, laboriosa y malévola propaganda llevó toda la atención filosófica desde las cosas hacia las ideas. Antes de Sócrates, los filósofos eran, ante todo, físicos, enamorados de las cosas; después de Sócrates, los filósofos son enamorados de las ideas. Es importante señalar el profundo cambio que significa la especulación socrática: es el primer paso racionalista, un irse del doloroso contacto de las cosas hacia un reino en apariencia más libre: el mundo de los universales. Es una acentuación universal. Una primera ausencia. Pero Sócrates nunca se aparto definitivamente de lo concreto. Sus ausencias eran transitorias y gustaba siempre de ver realizado lo universal en lo concreto. Hasta podía decirse que no tuvo el valor de su racionalismo.
Con Sócrates aparece también, por vez primera, un método racionalista: el método dialéctico. En la filosofía de Sócrates no pasó de ser una investigación lógica, una cuidadosa, meticulosa consideración de los conceptos y de las consecuencias, absurdas o contradictorias, que implican la afirmación o la negación de un concepto. Pero, cuando Platón, amplificando heroicamente, en todos los órdenes el pensamiento de Sócrates, convirtió por un acto metafísico, de animismo filosófico, los conceptos comunes de Sócrates en ideas trascendentes, el método dialéctico tuvo también un alcance formidable. Se constituyó, entonces, en ciencia, en Dialéctica, y de investigación lógica pasó a ser investigación metafísica. Es necesario comprender lo que significa esa arriesgada actitud de Platón: significa una segunda y definitiva ausencia, la ausencia a la esfera metafísica, a la extendida y alta esfera de las ideas externas. Mientras para Sócrates las ideas estaban en nosotros y, en cierta manera, eran producidas por nosotros, para Platón, en cambio, son las ideas las que producen nuestro pensamiento. Pero Platón, llevado por su delirante afirmación idealista, se encuentra de pronto con que el mundo se le ha duplicado inútilmente, como dirá, depuse, Aristóteles. Platón debe conciliar dos mundos totalmente opuestos: el mundo de las ideas y el mundo de las cosas que, al fin, es el mundo en el que vivimos. Y, consecuente con sus creencias racionales, Zenón no lo hubiera hecho mejor, resolvió el problema a favor de las ideas, sacrificando el mundo de las cosas, haciendo depender el uno del otro. La metafísica como dialéctica es posible, entonces, para Platón, porque el pensar es pensar sobre la realidad misma: es contemplación de las ideas, y las ideas son la absoluta y la definitiva realidad. Platón logra, así, una metafísica lógica, muy parecida, pero más consciente y madura, a la metafísica de Parménides. El ser de Parménides se encuentra dividido, refractado en las ideas externas, y la filosofía de Platón es un retorno politeísmo: un politeísmo abstracto.
jueves, 3 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario