miércoles, 2 de septiembre de 2009

APROXIMACIÓN HISTÓRICA PARA UNA BREVE BIOGRAFIA DE CRISTOBAL COLON

Cerca de unas veinte poblaciones de Italia se han disputado la honra en el transcurrir de los siglos de haber sido la cuna del gran navegante a quien debe el mundo el descubrimiento de América, sin embargo las más exhaustivas investigaciones y ciertos manuscritos del almirante incluyendo su propio testamento, pondrán en evidencia que es Génova la que presenta mejores pruebas.

En cuanto a la fecha de su nacimiento, no corre mejor suerte, pues la incertidumbre es mayor; esto se debe sobre todo, a que diecinueve años –desde 1430 a 1449, forman el período en que se hayan comprendidas las diversas fechas que indican nuestros historiadores como las más probables para fijar la venida al mundo de Colón, sin embargo a todo esto debemos suponer que nació el gran almirante entre los años 1450 ó 1451, según los documentos descubiertos en Génova.

Otro aspecto sobre la vida de Colón, que constituye un misterio es su descendencia, pues tampoco existen datos que confirmen el aserto de algunos genealoligistas, los cuales afirman que Colón descendía de una antigua y noble familia, a todo esto nos dice uno de sus biógrafos: “No se sabe aún, que Colón o sus contemporáneos conociesen la nobleza de su origen, ni esto le importa a su fama que más honra, por cierto su memoria debe ser objeto de contiendas entre muchas casas nobles, que poder señalar como suya la más preclara de ellas”. En este sentido Fernando, el hijo del almirante, que escribió su historia, tuvo que renunciar a dichas pretensiones de indagar los orígenes nobles de su padre, diciendo: “Creo que menos dignidad recibiría yo de ninguna nobleza de abolengo, que de ser hijo de tal padre”.

No obstante, a las dudas sobre algunos aspectos de la vida de Colón; la mayor parte de los historiadores están acordes en que el padre del gran almirante. Ejerció el oficio de cardador de lana, profesión para la fecha liberal y casi noble, pero la fortuna le fue adversa, tuvo que emprender algunos negocios como el de un establecimiento de un comercio de queso y otros como forma de proporcionarse medios de subsistencia. (Ver Historia General y Natural de las Indias, 1851. Pág. 13). Sin embargo en medio de las estrecheces, cuidó con esmero a sus vástagos, permitiéndoles una educación aceptable y por lo cual Colón, que no sentía vocación por el oficio de su padre y sabiendo leer y escribir siendo aún muy niño; y por lo cual nos dice el Padre las Casas: “Tenía tan buena letra que podía haber buscado su subsistencia con ella”.

A todo esto después de haber aprendido latín, aritmética, dibujo, pintura y artes en las cuales según Las Casas, hizo bastante para poder también ganarse la vida con ellas, concurrió más tarde a la universidad de Pavia, en donde siguiendo su inclinación por las ciencias útiles para la vida marítima, estudia geometría, geografía, astronomía y el arte de navegar.

Aunque reina gran oscuridad en cuanto a la historia del ilustre genovés, se sabe sin embargo que empezó a navegar siendo aún casi un niño, recorriendo primero el Mediterráneo, haciendo después un viaje a Islandia; y como la fiebre por los descubrimientos empezaba a ser general, el buque en el que él iba pasó por el norte de Islandia, adentrándose así unos grados en el círculo polar. De vuelta a su patria el descubridor del Nuevo Mundo, entró al servicio de un famoso marinero que combatía a menudo con los turcos y los venecianos, perfecionándose así en el arte de la navegación y a los peligros de la guerra.

De sus peripecios por el mar se cuenta de él cierta anédocta en la cual habiendo salido del Mediterráneo y hayándose a la altura de las costas de Portugal; trabó combate con unas carabelas venecianas, incendiándose su nave por lo cual tuvo Colón que arrojarse al agua, pero como excelente nadador que era no tuvo mayores consecuencias.

Fue pues pura casualidad lo que arrojó a Colón a las costas de Portugal; de ahí que ningún país podría servir mejor a su genio y a su audacia. En Lisboa residían muchos genoveses, y aconsejaron al joven marino que se estableciera allí, y accedió viendo que efectivamente, sólo en Portugal podría realizar sus grandiosos proyectos.

Establecidas ya las relaciones como era de esperarse, sus predilecciones principalmente, con los navegantes portugueses, Cristóbal Colón se casa con la hija de Bartolomé Perestrello, colonizador y gobernador de Puerto Santo, y con éste pasó a esta isla donde le sería más fácil dedicarse a sus estudios favoritos. Muerto el suegro Colón se dedica a estudiar los mapas diarios y apuntes que dejó aquel distinguido navegante; se naturalizó en Portugal, tomando parte en varias expediciones de la costa de Guinea, adquiriendo así mayor práctica que la que hubiera podido adquirir a bordo de las naves de su patria. Así los días que pasó en tierra los utilizó en dibujar cartas geográficas, las cuales vendía para sustentar a su familia, pues doña Felipa Moñis de Perestrello no heredó dotes. Habitó algún tiempo en la isla de Puerto Santo, en donde su mujer le dio un hijo al cual llamó Diego, y allí frente a la inmensidad del océano, probablemente debió germinar en su mente la idea de encontrar La India navegando hacia occidente, así con el examen de los documentos dejados por su suegro, la correspondencia que sostenía con el célebre astrónomo Florencito Toscanelli, así como las noticias que recibía de los viajeros que llegaban de Guinea, los relatos de los navegantes portugueses y con el examen de la obra IMAGO MUNDI, de Pedro de Ailly, en que se afirmaba la existencia de desconocidas tierras en el occidente, poco a poco nació en su espíritu, el convencimiento de que sus teorías eran verdaderas, por lo cual decide llevarlas a la práctica.

Con todas estas condiciones creadas, Colón se ofrece a Juan II, que acababa de subir al trono de Portugal, para llegar a Las Indias por la vía de occidente. El rey sometió el proyecto a una comisión de astrónomos que lo rechazó a unanimidad por lo absurdo del proyecto. No obstante el rey consulta nueva vez a una junta científica, cuyo resultado es el mismo que la anterior; sin embargo en esta parte narran algunos biógrafos de Colón, que dicho rey envió una carabela en la dirección indicada por el almirante para arrebatarle así la gloria de su descubrimiento.

Ya viudo, cargado de deudas y careciendo de lo más necesario, para la vida; sale Colón secretamente de Lisboa y va a Espeaña, donde comenzó una dolorosa peregrinación, pidiendo ayuda para su proyecto sin obtener mejores resultados que en Portugal. Se cuenta además que Génova, Francia, Inglaterra, negaron también todo auxilio y el gran navegante descorazonado y triste regresó a España, en donde a fuerza de instancias y súplicas; y gracias a la protección que le prestaron ilustres varones; y a las simpatías que supo inspirar a las bondades de Isabel La Católica, consiguió, al fin, después de la conquista de Granada, que se le confiara una escuadrilla compuesta por tres carabelas: La Santa María, la mayor de todas dirigida por el propio Colón, la cual había sido nombrada por el almirante, La Pinta, la más ligera, a cargo de Martín Alonso Pinzón, y La Niña, de velas latinas, al mando de Vicente Yañez Pinzón. Compartían las embarcaciones: cuatro pilotos, un inspector general, un alguacil mayor, un escribano real, un cirujano, un médico, algunos amigos y criados y noventa marineros, estos últimos casi todos gentes de mala vida. En total sumaban unas 120 personas.

Así el 3 de agosto de 1492, partió la escuadrilla del Puerto de Palos. Sin embargo, estaría demás decirle que no caben en los límites de breve biogrfaía los detalles de aquel primer viaje, que duró dos meses; pero además sabemos que Colón temió haberse engañado porque tuvo que reprimir el descontento de la tripulación que llegó en algún momento a amenazarle de muerte; y que pidió a sus marineros que le concedieran un plazo de tres días; y que si pasado este tiempo no descubrían tierras volverían a España. No obstante a este ultimatum, todas las señales indicaban ya la proximidad de la tierra; y así fue pues en la madrugada del viernes 12 de octubre de 1492, se descubría, no Las Indias que buscaba Colón, sino un nuevo continente que, con gran injusticia, se llamó después América.

No obstante, el descubridor persistió en su error, y al pisar la isla descubierta, llamada GUANAHANI, por los naturales y denominada San Salvador por el navegante, creyó haber llegado a La India, y por tal razón llamó indios a sus habitantes. Ya de vuelta, el viaje se hizo aún más desgraciado que el de ida, pues Colón obligado por la dureza de los temporales, tuvo que desembarcar en las Azores, donde el gobernador quiso apresarlo por el simple hecho de ser extranjero y por navegar por mares que pertenecían de manera exclusiva a los portugueses.

Al seguir la marcha otra tempestad le obligó a arribar en Lisboa y como sino bastaran los obstáculos puestos por la naturaleza, estuvo a punto de ser asesinado en Portugal, pues algunos pérfidos consejeros dijeron al rey que mandara a dar muerte al descubridor, sino quería que lo mataran ellos; pero Juan II, lejos de aceptar semejante infamia, trató al almirante con mucha deterencia y le dejó partir libremente para España, donde llegó el 15 de marzo. Ya en España, Colón es recibido con inmenso júbilo en el pequeño puerto de Palos, a seguida se pone en camino para Barcelona donde se hallaban los reyes.

En el caminio por donde quiera que iba, llegaban los habitantes de los países vecinos, los campos y los pueblos. En las ciudades grandes, las calles ventanas y balcones estaban cubiertos de espectadores que poblaban los aires con sus aclamaciones y de continuo le cerraba el paso la multitud, que se apiñaba, ansiosa de verle a él y a los indios, cuya apariencia excitaba tanta admiración, como si fueran naturales de otro planeta. (Ver Lorgues, Rosselly de Cristóbal Colón –Historia de su vida y viajes, Tomo I. 3ra. Ed. México, 1876).

De esta forma a mediado de abril llegó Colón a Barcelona y con su entrada en esta ciudad coinciden todos los historiades en que se asemejó en su pompa y magnificencia a la de los caudillos triunfantes en la antigua Roma a las más gloriosa de cualquier hombre. Una vez confirmado por los agredecidos soberanos en todos los honores y privilegios que para sí y su familia pidiera antes de partir; aquel mismo año emprendió Colón el segundo viaje, en que descubrió a Jamaica, Guadalupe y otras Antillas, y exploró además a Cuba comenzando así la colonización. Tres años exactamente empleó el gran Almirante en su segunda travesía, regresando a España en 1496. En 1498 volvió a los países descubiertos, recorriendo además las costas de América, desde el Orinoco hasta Caracas, teniendo además que reprimir sediciones y enviar a España a varios descontentos que dieron lugar con las calumnias, a las acusaciones de sus enemigos y de sus envidiosos.

Haciendo caso a tales insidias, los reyes deciden nombrar al comendador Don Francisco de Bobadilla para que investigara lo que había de cierto en las acusaciones de que el almirante era objeto; pero aquel hombre violento y brutal no tuvo ninguna compasión con el navegante, pues cometió la infamia de enviar a Europa preso y cargado de cadenas, al gran Almirante, a quien España debía un nuevo mundo. Por suerte para él, ni Fernando, ni Isabel aprobaron el proceder de Bobadilla, de tal forma mandaron que Colón fuera puesto en libertad y destituyeron al insolente que pareció en un naufragio cuando regresaba a la península; claro está, esto no significó que la devolvieran a Colón el mando sobre las tierras descubiertas, pues en su lugar nombraron los reyes a Don Nicolás de Ovando.

A toda esta situación, aún pudo Colón emprender un cuarto viaje en 1502; pero como le fue prohibido tocar siquiera en La Española, se vio al descubridor de América vagar por aquellos mares que descubriera su audacia, sin tener un asilo en aquella tierra cuya existencia sólo él había presentido. De esta forma obligado por las tempestades, y no pudiendo refugiarse en ningún puerto amigo, tuvo que hacerlo en una bahía de la Jamaica, luchando a cada instante con las insubordinaciones de sus soldados y a esto se agrega que para obtener víveres de los indios debieron hacerlo por la fuerza.

Luego de regresar a España de su cuarto viaje, había muerto su protectora la reina Isabel, Don Fernando por su parte, no hizo caso de sus súplicas y reclamaciones, y el descubridor de América murió en Valladolid el 20 ó 21 de mayo de 1506, ignorando la verdadera grandeza de su descubrimiento, pues hasta el último instante creyó que sólo había hallado un camino nuevo a los antiguos emporios de comercio y descubiertas algunas regiones salvajes del oriente. Pero esto en nada resta a la gloria del que “llevó a cabo una empresa sin ejemplo en el pasado y sin posible imitación en tiempos posteriores”.